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Benjamin Lebeau
Alma Blaquier
Así continua Titanic 3
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Así continua Titanic 3
CAPITULO 3
Una nueva vida
Una nueva vida
Los vientos de querra que llegaban desde Europa eran cada vez más amenazantes. Todo el mundo hablaba ya de ella como algo irremediable y, aunque quedaba lejos, la ansiedad se respiraba en el aire. Habían pasado ya dos años desde el hundimiento del Titanic y Rose no podía dejar de pensar que ese viaje maldito fue como una señal de los malos tiempos que ahora se acercaban. A pesar de estar totalmente absorbida por su trabajo en el orfanato, la memoria se le escapaba a menudo para perderse de nuevo por las frías aguas del Atlántico y vivir otra vez todo aquello. Las horas que siguieron al choque empezaban a borrarse poco a poco, pero su tiempo junto a Jack seguía intacto: cada segundo de felicidad que había pasado junto a él latía dentro de su corazón como si acabara de ocurrir. Jack vivía en sus recuerdos y desde ellos seguía amándola. <<¿Quién te enseñó a escupir así?>>, le preguntó una vez uno de los niños. Ella sonrió con dulzura: <<Un amigo>>. Jamás hablaba de él. Lo guardaba en su interiror como quien cuida una pequeña planta, delicada y valiosa. No quería arriesgarse a perder la intensidad de su recuerdo, y a veces, las palabras ayudan tanto a vaciar los sentimientos que acabas por no sentir. Hablar del miedo y la angustia que pasó a bordo del Titanic la ayudó un poco a olvidar el dolor que pasó esa noche. Pero no olvidaría a Jack y por eso jamás hablaba de él. Ni siquiera a los niños. Ni siquiera esa tarde, en el patio, cuando jugaba con ellos a escupir <<como los mayores>>:
-Señorita Dawson, no debería hacer esas cosas delante de los niños.
La directra del orfanato la reñía a menudo, pero siempre con el tono cariñoso de los que te quieren de verdad. Rose se sentía allí como en su casa. Disfrutaba cuidando a los niños, especialmente a los enfermos. Arrancarles una sonrisa, por pequeña que fuera, a sus caritas pálidas era un triunfo maravilloso que le llenaba el corazón de felicidad. Sin contar las horas que pasó con Jack, aquellos dos años fueron la época más feliz de su vida. Se sentía útil y llena de energía. Incluso después de un largo día de trabajo, era capaz de colarse en el dormitorio de los niños para contarles un cuento o cantarles una canción. Ellos eran lo único que le importaba. Llegaban allí enfermos, abandonados, castigados por el hambre o la falta de cariño... ¡y ose tenía tanto amor para darles! Qué lejos quedaba entonces su pasado. El orgullo de ser rico, el sentirse diferente de los demás mortales. Todo aquello ya no significaba nada para ella. Jack le había enseñado que todo el mundo, pobre o rico, humilde o poderoso, tiene el mismo valor. Cuando embarcó en el Titanic estaba ciega, pero Jack le había abierto los ojos para siempre y ahora podía contemplar el mundo con una luz distinta. Ella era distinta. Sólo el diamante y la larga melena rojiza seguían igual...
Los niños y las demás enfermeras del orfanato eran ahora su familia y el día de la despedida se le partió el alma. Dejarlos le dolía tanto que casi no podía hablar, pero ya había tomado la desición y no podía echarse atrás: volvía a Europa. La querra había estallado y los hospitales del viejo continente recibían cada día miles de heridos. Rose había escrito su nombre en la lista de voluntarios sin dudarlo ni un segundo. Se iba a París, la ciudad de la que Jack tanto le había hablado. Se iba allí a encontrarse de nuevo cara a cara con la muerte. Y no tenía miedo. Sabía muy bien como enfrentarse a ella. Jack le había enseñado que podía desafiarla. Y vencerla. <<Prométeme que no te rendirás>>... Echaría de menos a sus niños y a sus compañeras, pero en estos años había aprendido a estar sola y a ser fuerte. Estaba triste, pero no asustada. Sólo había un pensanmiento que conseguía ponerla nerviosa: cruzar otra vez el océano. Tener que mirar de nuevo las mismas aguas que se tragaron a Jack.
Desembarcó en tierras francesas un día de tromenta. Las gotas de lluvia se mezclaban con sus lágrimas mientras descendía por la escalera del barco. No había sido fácil.
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