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Benjamin Lebeau
Alma Blaquier
Así continua Titanic 6
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Así continua Titanic 6
CAPITULO 6
El Corazón azul
El Corazón azul
Las últimas palabras del soldado Frezier fueron para Rose: <<No suelte mi mano, no la suelte>>. Rose se quedó a su lado toda la noche, hasta que sintió sus dedos fríos como témpanos y supo que ya todo había terminado. Tardó unos minutos en soltarle la mano y mientras lo hacía volvió a ver el rostro de Jack hundiéndose lentamente bajo el mar. Pálido. Dulce. Tranquilo. Más hermoso que nunca. Más amado que nunca. También tuvo que separar, uno a uno, sus dedos de los suyos, tal y como estaba haciendo ahora con los dedos muertos del soldado Frezier. Era uno de tantos, un herido más de los que llegaban cada día al hospital con el pecho partido en dos o el cuerpo mutilado, como deshechos de una guerra que estaba llenando la vida de Rose de manos heladas y recuerdos de Jack. Cada vez que perdía a uno de ellos, perdía de nuevo a Jack. Y había momentos en los que creía que ya no podría soportarlo más… Cubrió el rostro de Frezier con la sábana y llamó al médico. Su trabajo allí había terminado. Cambio de sala. Cambio de paciente. Se dirigía a la unidad de urgencias cuando oyó una voz familiar detrás de ella: era el capitán DeRouche. El amable y divertido Vicent DeRouche. Desde que había l legado al hospital, se había ganado la simpatía y el cariño de todos, y Rose no era una excepción.
-No debería estar levantado, Vicent.
-Lo hago para que me riña, Rose. Está usted guapísima cuando se enfada.
Rose sonrió. ¡Cuánto bien le hacían esas pequeñas sonrisas que Vicent conseguía arrancarle de vez en cuando! Iba a echarlo de menos cuando se fuera, sí, y por suerte ya faltaba muy poco para eso. Las heridas de Vicent estaban a punto de cicatrizar y en una semana los médicos lo dejarían volver a casa. Una casa preciosa, según le habían contado a Rose. El capitán pertenecía a una familia acomodada de París, aunque lo cierto es que él se comportaba como un hombre sencillo y campechano. Le gustaba, sí. Lo echaría de menos…
Vicent DeRouche se marchó del hospital un sábado por la mañana. Y el lunes siguiente ya estaba de nuevo en la puerta con un enorme ramo de rosas y una invitación formal para llevar a Rose al teatro en su único día libre. Ella dudó un poco antes de aceptar, pero lo cierto es que se alegró de haberlo hecho. Por primera vez en mucho tiempo, se olvidó de la muerte y del dolor que la rodeaba. Vicent era todo un caballero y consiguió divertirla toda la tarde sin dejar entrever ninguna otra intención. Las salidas que Vicent se estaba enamorando de ella, pero a pesar de no corresponderle, su amistad le hacía feliz y tenía la esperanza de que el capitán jamás le confesara sus verdaderos sentimientos. Se equivocaba. Una carta entregada en mano por el chófer de DeRouche le demostró su error sin dejar ninguna duda: Vicent le confesaba por escrito su amor hacia ella y, después de leerla, Rose no sabía si odiar o agradecer esa pirueta del destino. Estaba sola. Lo único que tenía era el recuerdo de Jack y una vida sin él por delante. Y ahora Vicent aparecía en ella por sorpresa como un rayo de sol en mitad de las nubes, dispuesto a animar el corazón de Rose y a rescatarlo para siempre de las frías aguas del Atlántico. El único problema es que ella no estaba enamorada de él. Y fue completamente sincera cuando se lo dijo: <<Lo quiero como un amigo, Vicent, Nada más>>. El capitán sonrió. No le importaba. Ya lo sabía. Pero aún así quería casarse con ella y hacerla feliz, darle otra vida lejos del hospital y de la guerra. Sacarla de allí y ofrecerle un futuro. Sus palabras entraban en los oídos de Rose como una canción de cuna, suave y acogedora. No lo escuchaba, pensaba en Jack. Cerró los ojos y vio los ojos azules de Jack, mirándola con ese brillo descarado que le había iluminado el alma, pidiéndole que fuera feliz y que aceptara. Una lágrima se deslizó por sus mejillas y sus labios sonrieron al mismo tiempo. Vicent entendió esa mezcla de alegría y tristeza como un sí, y besó su mano tímidamente. Estaba convencido de que su amor sería suficiente para los dos.
Decidieron presentar oficialmente su compromiso en el Baile del Valor, un acto benéfico que organizaban las familias más importantes de la ciudad en honor a lo herido de guerra. Rose también debía ser valiente esa noche. Iba a reconocer delante de todo el mundo que se casaba con el capitán DeRouche, un hombre bueno al que no amaba pero con el que se sentía querida y, de alguna manera, feliz. Se puso el único vestido elegante que todavía conservaba. Y el diamante azul. Era la primera vez que lo contemplaba en mucho tiempo. Era el único recuerdo que guardaba del Titanic y de la maravillosa historia de amor que allí vivió. Jack la había pintado sólo con él y por eso esa joya era como una prueba eterna de que su amor había existido. Se colgó el <<Corazón de la mar>> en el cuello. Era un diamante único. Exquisito. Pero para ella también era el símbolo de que seguía amando a Jack y de que, incluso esa noche en la que anunciaría su compromiso con otro hombre, el seguía estando a su lado. Para siempre.
Poco antes de salir, volvió a contemplar su imagen en el espejo. Estaba segura de que ese diamante que llevaba colgado sobre su pecho era como una bomba de relojería: todos lo reconocerían. Era el famoso diamante del rey Luis XVI, el que según la leyenda llevaba en su corona. Valía una fortuna. Llevándolo esa noche se arriesgaba a que alguien atara cabos y descubriera se verdadera identidad: Rose Dewitt Bukater, la prometida del famoso heredero Cal Hockley que, según los periódicos, había muerto ahogada en el Titanic. Respiró hondo y apretó el corazón azul entre sus manos. Tenía que llevarlo por Jack. Se lo debía. Los demás no lo entenderían, pero ella, y esa noche más que nunca, necesitaba gritar en silencio que su amor era único e irrepetible, como esa joya. Y no le importaban las consecuencias…
Última edición por Sheila Alma Álvarez el Vie 19 Feb 2010, 5:13 am, editado 1 vez
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